viernes, 27 de abril de 2012

Adiós.

Fue la palabra que más me dolió pronunciar. Esa con la que terminé miles de historias. Esa con la que lloré miles de veces en mi cuarto escondida, para que mis lágrimas no sonaran al caer por mis mejillas de cristal. Rompí todos aquellos muros que habíamos construído para evitar dolor, rompí todas aquellas promesas eternas, rompí todos aquellos recuerdos de tardes a su lado para que nada me produciera dolor. Pero decirle adiós me rompió el corazón como nunca me había pasado. Decirle adiós a cada carcajada en las que me quedaba sin aire, a cada momento único. Cada momento vivido con él. Me arrepentí, como nunca había hecho antes. Deseé volver miles de veces a aquel día de lluvia, en el que mi mundo se cayó a pedazos. Pero no pude borrar todo lo que había hecho con un simple perdón acompañado de una de mis más radiantes sonrisas. Él encontró razones por las que sonreír, yo solo encontré por las que llorar. Poco a poco me olvidó, y mis lágrimas se fueron. Y cuando crees que todo ha desaparecido. Cuando piensas que lo has olvidado. Cuando ya no lo sientes dentro de ti. Oyes su nombre y algo se activa dentro de tu corazón. Primero sonríes, luego te da igual, al final lloras. Vuelves a recordar cada momento olvidado. Vuelves a pensar lo bonita que era su sonrisa. Vuelves a ver sus ojos como los más bonitos. Vuelves a necesitarle para ser feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario